¿Cómo se recorre la ciudad?
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Trazos: rayando la ciudad
Cuentos que no son cuentos
Parte 2
Amanece
Son las cinco de la mañana y el camión de la basura ilumina el andén donde está durmiendo Juan en un barrio de Fontibón. Su primera reacción es ponerse los brazos sobre su cara y taparse los oídos, pues la cobija que lo acompaña deja pasar la luz y el ruido. El conductor del camión estalla el pito en frente de su cuerpo. Carmelo y Piti salen a ladrar a los recolectores de basura, quienes ríen a carcajadas.
Cuando el cielo aclara, Juan recuesta medio cuerpo sobre la pared. Su dormitorio es el andén de una casa abandonada, que se está cayendo a pedazos, pero aún así tiene selladas sus puertas y ventanas con ladrillo, para que nadie pueda forzarlas y entrar a ocuparla.
Mientras espera que sean las 6:30 – 7:00, Juan lee el periódico reciclado. Lee unas cuantas noticias para practicar su lectura y no olvidar que terminó el bachillerato y que alguna vez trabajó en una empresa, pero a él no le gustó, porque le gusta ser su propio jefe.
Mientras tanto, en La Favorita, Manuela está empacando su ropa en una bolsa de basura. Tiene que aprovechar la mañana para perderse de la pieza donde estaba viviendo con su marido. Anoche la fuma estuvo intensa y ella recuerda que se pelearon por plata. Era mejor irse con esas 50 lukas que tenía en el bolsillo.
Decide dejarle el televisor y le escribe una nota donde le dice a él y a sí misma que ya no quiere más vicio, que va a ir a pedir puerta donde su mamá, quien ha estado enferma y con quien se ha estado hablando en los últimos días por teléfono.
Cruza la Caracas y se cuela en la Estación de Transmilenio de la Calle 19. Su destino: Portal El Tunal. Espera estar en el barrio a las 10:30, así como también espera reencontrarse con su hermana y su mamá, y portarse nítido, sin robarles, sin perderse con las cositas de la casa, pues la última vez les sacó la plancha.
Subiendo en el alimentador, en uno de los barrios de Ciudad Bolívar se ve a Fabián, quien a media mañana ya lleva su bolsa de pegante y camina lento mientras inhala. Se posa frente a una panadería, de la cual sale el dueño a espantarlo y decirle que no puede hacerse allí.
– Cucho gonorrea, más le vale que me de un pan o me le tiro un vidrio.
Cada vez el pegante pone más agresivo a Fabián, quien hasta el momento había tenido buenas relaciones con el cucho de la panadería.
Sobre las 11:00, el Tinieblas llega a bañarse al Humedal de Timiza. Perdió su vista hace unos cuantos años, aunque dice que la ha venido recuperando en los últimos meses, pues puede ver los bultos y las manchas a corta distancia.
Hace tres días salió de una Fundación Cristiana y ahora vive en el Puente de Villa del Río, le gusta ir a bañarse apenas sale un poco el sol, porque el agua en el humedal es muy fría. Se saluda con los callejeros que están bañándose o lavando la ropa.
Al otro lado de la ciudad, en la Estación de Transmilenio de Héroes, María no ha logrado vender muchos paquetes de bolsas para la basura. Cada paquete cuesta 2 lukas, pero la venta está pesada, no despega. Está pensando más bien en comprarse un plante de dulces.
Diariamente se tiene que vender mínimo 20 lukas (10 paquetes de bolsas), para poder pagar su pieza y con el resto algo de comer. Cuando no lo logra, le toca tirar calle, y prefiere hacerlo en un lugar lejano del centro. No quiere volver a robar, pues la última vez la cogieron “como a rata” y le dieron una paliza de la que le quedó una cicatriz en su espalda.
De mediodía
Un solo pique a lo que marca entre la Avenida Caracas con Calle 12 y la Carrera 18. El Niche se había robado el espejo de una camioneta de alta gama en el semáforo. Mientras se descarga del espejo robado para evitar cualquier acusación, el Niche camina encorvado, secándose el sudor de la frente con un saco roído y sucio.
– Don Julio – le tengo la luna de una Toyota Prado.
Para no dar visaje, el comerciante deja entrar al callejero y hacen adentro la transacción. Sesenta lukas será suficiente por hoy: diez mil para la pieza, otros diez mil para la comida, y lo restante para la fuma de bazuco.
Son las 12:16, Kassandra apenas despierta después de una noche de farra con alcohol, drogas y sexo. Se le hizo tarde para volver al internado donde tiene un cupo, siempre y cuando cumpla y siga las reglas. Le gusta estar allá, porque tiene otras amigas trans entre las que se cuidan.
Esta vez logró hacerse unos pesos para comprarse maquillaje. Dentro del internado también tiene algunos “clientes” de mamadas y culeadas, igual que en el Santafé, barrio al que llegó luego de que su familia no aceptara su tránsito de género. Se nombra a sí misma como una marica.
Llega al internado.
– Déjeme entrar celita – le dice al vigilante que cuida la puerta, mientras se organiza su pelo rubio largo y lizo.
Dentro, hay más de 100 personas callejeras haciendo fila para ingresar al comedor a almorzar, mientras, algunas entran al baño a echarse un plom de cafucha que les abra el apetito. Uno de los “profes” alcanza a percibir el olor a marihuana y monta guardia frente a los lavamanos.
Cristian fue el único que se quedó sin podérselo echar, aunque carga una pipa improvisada en la tapa de un esfero. En cualquier momento encontrará su turno para el plom.
Afuera, cerca al San Andresito de la 38, Conny es capturada con varias dosis que estaba trasladando del centro a la “olla” del barrio. Dio con la mala suerte de que había una motorizada mujer, y de inmediato la echaron mano para la URI. Ahora la van a reseñar por ese y otros delitos que tiene pendientes. Ojalá que no la manden al Buen Pastor, porque allá se puede encontrar a algunas liebres, así que será mejor ir preparándose para la guerra. Llama a su mamá y le dice que no la espere en la casa.
Atardece y anochece
Un callejero se sube a un bus de Transmilenio, habla y canta en inglés, dice ser de Estados Unidos, pide algunos pesos para comprar su almuerzo. La gente se compadece y le brinda algunas monedas.
– Muchas gracias, habla con su acento gringo. Soy un estadounidense que no quiere volver a su país y prefiere rebuscarse el dinero en el suyo. También ayudo con tareas de inglés a los niños en el barrio donde vivo, cobro 1.000 por página.
A la escena llega un vendedor venezolano, quien también se está rebuscando para pagar la pieza de él y su familia en los camarotes en alquiler del centro, justo por la Carrera Décima entre calles 19 y 22.
– No me dañes el trabajo, no seas grosero – le dice el gringo al venezolano.
– Discúlpame – responde el vendedor de dulces, pensé que habías acabado.
El viaje continúa y la gente sale y entra del bus que hace la ruta L10.
A la salida de la misa de 5:00 de la tarde, un callejero en silla de ruedas se posa frente a la Iglesia de la Plaza España. Estira su mano y genera lástima en los feligreses.
Cuando el andén se desocupa de gente, el callejero dobla en la esquina y se junta con su parche a fumar bazuco en el costado norte del Colegio Agustín Nieto Caballero. La fuma rinde hasta entrada la noche, y poco a poco los callejeros se van dispersando.
A la Carrilera van llegando varios zorros a ocupar un andén frente a una pared larga que permite estacionarlos y dormir allí. Son las seis de la tarde y los policías en moto hacen su recorrido habitual por el sector.
A las ocho se arman algunas fogatas para quemar basura y llantas. Sobre las 9:00 p.m. se ve a un grupo religioso repartiendo chocolate con pan para el frío. En cada cambuche o grupo se detienen a rezar y a bendecir a “los hermanos de la calle”, también ofrecen los servicios de la Obra la Medalla Milagrosa, un centro de acogida para callejeros en el Samper Mendoza.
Al otro lado de la ciudad, en Fontibón, Pedro se acomoda frente a la reja de un almacén de repuestos para carros. Allí extiende un cartón, un par de cobijas y se cubre con ellas. Mr. Magú hace lo propio en la Carrera Séptima, solo que él ha logrado conseguir colchonetas y un piso con techo cubierto a las afueras de un edificio en diagonal al Parque Santander.
En el Parque Tercer Milenio, donde a casi nadie le gusta dormir, se instaló una cadena de cambuches de indígenas Embera. Están organizados por grupos y montan guardia de noche y de madrugada. Ellos no tienen el recuerdo de El Cartucho, pero sí del destierro y desarraigo de sus territorios, no le temen a los muertos enterrados allí, le temen más a los vivos que han resultado los funcionarios de instituciones con quienes negocian y finalmente no les dan garantías de retorno, ni oportunidades de vida digna en esta ciudad.
La madrugada está fría y atravesada por lluvia, pronto amanecerá y será un nuevo día con nuevos azares.